Les presento la primera
estrofa de “El sueño del escondite”, uno de los cuarenta y siete
poemas que integran El sueño del escondite, del autor Emilio
Soler, publicado por La Fea Burguesía en septiembre de 2020.
En los agradecimientos,
Emilio Soler nos cuenta que dedica el poemario a todas las mujeres
que han estado en su vida, literalmente: “a aquellas que amé y me
amaron; a las que no supe amar y tanto me dieron; a aquellas que
vieron en mis pupilas parte de ese universo reluciente que buscaban
[…]
A esa mujer que conformaron todas y cada una de ellas”. Es, por
tanto, el amor uno de los ingredientes principales de este suculento
volumen en el que el poeta se despoja de todo aquello que resta de
piel para afuera y sale de su “escondite” (paradójico escondite
de tempestad y de calma) desnudo, vulnerable y con el alma por
bandera.
No
nos muestra en sus líneas la figura de un enamorado gozoso (su “gozo
es un pozo/ cubierto de sal) y satisfecho, sino más bien la de un
hombre de carne y hueso desvelado por la incertidumbre y la zozobra,
azuzado por las sombras de lo que pudo ser y no fue. El poeta
convierte su desasosiego y su miedo en nubes negras y en tormenta: “y
nada es nada si en el alma/ se avecinan nubes negras” (“Se
avecina tormenta”). Canta “a la luna quejosas nanas/ de hambre y
cebolla, de mar y sal” (“Escondiendo palabras”) y se refugia en
el sueño para deshacerse del frío y de las sombras: “Escribo
mejor mientras duermo/ vuelo libre y no estoy despierto” (“Mientras
duermo”). Un alma pesarosa por el transcurrir del tiempo que, en
“Mayoría de edad” nos dice: “Me hago mayor/ envejezco por
momentos”. Una voz poética que traduce su pena y su amargura en un
bello y profundo “Llanto oscuro” (quizá el que más he sentido
del poemario; será que estoy en horas bajas):
“El
llanto oscuro que mana
de
dentro,
de
lo más profundo del alma,
no
calla,
aunque
no se oiga”
Afortunadamente,
entre tantas horas grises despunta de cuando en cuanto una luz
jubilosa y le ofrece a su interlocutora, femenina y etérea “Luz y
alegría/ de mi lagar;/ néctar libado/ de bienestar” (“Quieres
mis versos”). Sueña y se ensueña con preciosas imágenes de “El
mar, el mar, el mar...”: “Quietud en movimiento,/ sonoro, dulce,
salino”, incluso “En el metro”: “el mar en calma es mi
playa”. Con recuerdos de caricias, de besos y de sonrisas. Con
serenidad y aplomo diluye su dolor en versos breves de mensaje
profundo, ritmo y sonoridad muy agradables. Se redime de sí mismo
dejando salir a borbotones su caudal de temores y recuerdos amargos
para dejarnos, al final de la obra, un sabor dulce de luminosidad y
esperanza:
“Pronto,
muy pronto volaré
y
no podrás alcanzarme.
Surcaré
cielos y océanos,
valles
y altas montañas,
ríos
de limpio cristal
donde
lavar mi cara
y
contemplar mi reflejo
sin
miedo alguno a lo que hay detrás”
Ay,
quién pudiese deshacer el miedo, el silencio y la pena en versos tan
hermosos como los suyos.
Comienzo con la primera
estrofa de “Simbiosis”, el poema que encabeza la obra y que
marca, en mi opinión, el significado general del volumen que tenemos
entre manos, Palimpsesto azul, de Rosario Guarino, publicado
por Raspabook en 2015 en segunda edición. Aunque ya el título da al
lector una idea bastante aproximada de a qué se enfrenta. Un
palimpsesto no es otra cosa que un manuscrito en el que se ha borrado
(raspando o de algún otro modo) el texto original para volver a
escribir un texto nuevo. La vida de todos nosotros es ese
palimpsesto, en el que borramos (o lo intentamos) experiencias,
recuerdos, emociones y los sustituimos por otros conforme van
apareciendo. Reconozco que a veces esos acontecimientos, reales o
imaginados, dejan una huella perenne en nuestro manuscrito que, por
más esfuerzo que pongamos, no somos capaces de eliminar. Palimpsesto
azul. El azul es un color imbuido de magia; alude al cielo y al
mar; en el Antiguo Egipto era el color de la verdad. En India,
representa el amor del Maestro que enseña a los hombres (la piel de
Krishna es azul). Para los afortunados gnósticos que pueden ver
auras, el amor azul es el más profundo e inmortal de todos. Así, a
través de sus bellas palabras (debimos sospecharlo al leer las
palabras de Antígona en la cita inicial: “No fui creada para
compartir odio, sino amor”), el manuscrito poético de la autora se
va reescribiendo con líneas preñadas de (des)amor (al final son lo
mismo, solo cambia el resultado), del “más impune de los
sentimientos humanos y al mismo tiempo el más ajeno al
entendimiento” (no sé si habré leído alguna vez afirmación más
cierta). También de amagos de olvido, de tristeza, de melancolía, y
de una esperanza voluntariosa. Si esas líneas vienen de la
experiencia objetiva o simplemente de la imaginación lo desconozco,
pero no se desvían un milímetro del centro de la diana emocional en
la que nos convierte la obra, al menos de la mía.
No pretendo desarrollar aquí
un análisis académico ni riguroso de la obra pues, en primer lugar,
carezco de las herramientas (el análisis poético nunca fue lo mío
y la métrica devino tortura) y, además, no creo que aporte mucho en
este contexto. Solo quiero plasmar lo que el poemario me sugiere, lo
que pienso, lo que experimento, lo que imagino al leerlo por segunda
vez. Confieso que, de primeras, anoche lo devoré, tal vez sintiendo
demasiado, y esta tarde he vuelto a él con más mesura y he sacado
algunas conclusiones. Si volvemos a la cabecera de esta entrada,
observaremos que un “quiero” es la palabra que inaugura el primer
poema, “Simbiosis” y, si continuamos leyendo, página tras página
nos daremos cuenta de que son el verbo “querer”, de forma
explícita o implícita, y con el modo imperativo (“quédate”,
“no me abandones”, “no me dejes”) los que rigen el poemario.
Por un lado, deducimos entonces que nos hallamos ante un anhelo, ante
un deseo, ante el ansia de poseer y ser poseído por el otro. Por
otro lado, el uso constante del imperativo evoca una inevitable
voluntad de la voz poética de amar y de que la amen. Tampoco puede
soslayarse la presencia continua de besos, miradas, caricias, pieles
y voces añoradas. El amor es a la vez el fuego que le enciende la
piel y el alma y la lluvia que se derrama y se filtra hasta sus
entrañas. Asistimos a poemas repletos de belleza e intensidad, tanto
en los clímax como en los anticlímax, a versos breves (libres,
creo, aunque alguno me ha recordado a un soneto), habitados sin duda
por la ternura, la candidez y la sensibilidad más femeninas.
Percibimos en la obra una mirada íntima y una voz que combina el
lenguaje culto (con una profusión de reminiscencias grecolatinas en
referencias a poetas, deidades, criaturas mitólogicas, mitos, temas
clásicos como el Carpe Diem...) con el coloquial. Coexisten en ella
el mundo clásico de Horacio y Ovidio, el mundo mítico de Troya y de
Penélope, y el mundo cotidiano de Escarlata O'Hara y Lady Di.
Contrastes, matices, connotaciones que enriquecen aún más el tema
complejísimo en torno al que giran los versos, crónicas de un
olvido anunciado (“Carpe Diem”, p.26-27), de una duda indeleble
(“lo que tal vez nunca fue/ ni quizá ya jamás/ podrá llamarse
tuyo”) que, sin embargo, ultiman en una línea de esperanza:
“tejiendo minutos con horas/ ese nostos que a mí te
devuelva”. Reverbera en mis oídos (entiéndase con sinestesia, por
favor) la voz de una mujer que ansía que el amor del hombre la haga
vibrar de emoción, de pasión en el poema “De carne y piedra”
(“cuando logró en el mármol/ sentir latir la sangre/ y sus manos
hallaron/ en la materia inerte/ el calor de la vida”, p.29), la
entrega total de “Abandono”, la inocencia y el erotismo a un
tiempo en “Añoranza”, y la melancolía de una Penélope
destinada a la espera eterna en “Ausencia a la luz de la luna” o
“La espera”. Galopa el corazón con los versos sencillos y
directos de “Pequeños placeres”: “Me gusta que me hables”,
“y pensar que me piensas también”, “Me gusta saber que ocurrió
y que existes”.
Sin embargo, hay en este
volumen un poema para el que no tengo palabras, solo emoción (quizá
injustamente) desbocada. Su título es “Figuraciones” y os lo
traslado íntegro porque no puedo explicarlo de otro modo:
Fuente de fuego
ardiente,
ígnea roca de lava,
mar profundo y oscuro
de insondable misterio,
tanto como la luna,
con su tapiz de
estrellas.
Unicornio con alas,
centauro sobre ruedad,
te quieros imposibles,
urdimbres de ceniza.
Hermosas imágenes las de
esta obra. ¿A quién no le ha temblado el pulso imaginando a dos
“amantes abrazados en confusión proteica”?
"Cuentos para viajes propulsados es un libro de cuentos para adultos que narran y acompañan, desde el cariño, al aprendizaje de algunas situaciones cotidianas en las que el miedo, la resiliencia, el afán de cambio y la consciencia, nos hacen salir de nuestra zona de confort y viajar por el universo para seguir creciendo".
Comparto el texto que figura en la contraportada Cuentos para viajes propulsados (Ediciones Dokusou, 2020), de Rocío la Pequeña) porque considero que transmite de manera precisa y rotunda la esencia de este libro maravilloso que ha conseguido ponerme muchas sonrisas en la cara y que ha aliviado el peso de mi corazón estos días que son un poco grises.
A todos nos encantaban los cuentos cuando éramos niños (a algunos todavía nos gustan a pesar de haber arrancado ya muchas hojas del calendario) y nos poníamos en la piel de príncipes, princesas, animalitos desvalidos y otros personajes entrañables (a mí siempre me dijeron que era rara, porque empatizaba con las brujas y los lobos, sobre todo con el de Caperucita). Ahora, obras preciosas como esta dan la oportunidad a los adultos y a las adolescentes eternas (como yo) de disfrutar los cuentos desde una perspectiva diferente. Cuentos para viajes propulsados es una hermosa colección de ocho relatos cuyas protagonistas, con nombres y atributos femeninos, han de enfrentarse a diversas situaciones que las harán evolucionar y desarrollarse, como personas primero y como mujeres después. Sí, son mujeres, pero sus dilemas, sus cruces de caminos, sus motivaciones y sus emociones son universales. Algunas luchan contra sus circunstancias o contra los convencionalismos para ser quienes quieren ser. Eva se percata de que, sin darse cuenta, ha perdido una parte de sí misma. Vega mira a su Miedo a los ojos, lo saca a pasear y le enseña quién manda (yo de mayor quiero ser Vega, porque anda que no es difícil). Se cuentan a ellas mismas, se dejan llevar y lo consiguen. Mi favorita es, sin duda, Lili, valiente como ella sola para escoger el camino por donde seguir, aunque el destino al que la conduce sea incierto (ay, quién pudiera escoger el camino azul...).
Rocío la Pequeña acompaña los cuentos con unas ilustraciones muy personales, delicadas y potentes a la vez. Azul, rojo, negro y gris son la seña de identidad de sus mujeres de cuerpo redondito y mejillas destacadas que aportan al conjunto de la obra fuerza y mucha valentía. Las combina con un lenguaje sencillo, asequible y directo, pero con guiños muy tiernos cuyo recuerdo me hace sonreír. En realidad, más que cuentos, son píldoras de luz, o así lo siento yo al menos.
Así reza la solapa de la
contraportada de Cuentos eróticos de andar por casa, que
ostenta el importante subtítulo de Con voz de mujer. Pero,
¿quién es Canela y a qué se condena? Canela es el alter ego de la
locutora de radio y televisión, presentadora, organizadora de
eventos y poeta (y algunas cosas más) María José Navarro. Canela
se conoce y me conoce (aunque su alter ego y yo hayamos coincidido
únicamente un par de veces). Por motivos diversos, en numerosas
ocasiones las turbulencias que comparte en redes son las mías
propias. No negaré que ese ha sido uno de los motivos que ha
despertado mi interés en la obra que nos ocupa. Y tampoco negaré
que su lectura ha sido agradable, provocadora, estimulante en todos
los sentidos y que me ha venido como anillo al dedo para ciertos
asuntos de índole personal. ¿A qué se condenará Candela?, me
pregunto, y presiento que conozco la respuesta.
Empezaré pidiendo disculpas
a las co-autoras de la obra por no haber seguido las instrucciones de
la “Guía del lector” al pie de la letra, omitiendo el máximo de
dos relatos por sesión (ay, no se me da muy bien eso de ser
obediente y los he leído todos en dos días). Pero, por lo demás,
he cumplido. Cuatro gotas de Aire Loco de Loewe (mi perfume
favorito), el aftereight en helado, el chocolate, los
auriculares y la cama de mi despacho me han acompañado en el
proceso.
Para empezar, la estructura
de la obra ya es absolutamente deleitosa. Hablamos de treinta y cinco
piezas compuestas por los siguientes elementos: un código QR
que, tras pulsar un par de teclas en el móvil (casi todos los
dispositivos cuentan ya con scanner de QR), lleva al lector a
escuchar la canción sugerida (con bastante tino, por cierto) para
crear ambiente y agudizar la sensibilidad; un delicioso acróstico
(bellísimo en forma y fondo) que nace de las iniciales de un nombre
de mujer, y a partir de ahí vuela poderoso y mágico desencadenando
alborotos varios; una ilustración magnífica que realza la
plasticidad del conjunto y evoca, con mayor o menor simbolismo, la
esencia de una mujer real, de una mujer de verdad absolutamente ajena
a cánones y demás servilismos cosméticos (o al menos así las
percibo yo); y, por último, un breve relato en clave
femenina, con hermosa voz de mujer en primera persona cuyo nombre de
pila coincide con las iniciales del acróstico. Nos hallamos, pues,
frente a treinta y cinco mujeres distintas, de edades diferentes y
situaciones de lo más variopinto, cuyo nexo común es que narran al
lector su actitud, sus vivencias, su experiencia en las lides del
placer sexual. Relatos construidos desde un estilo coloquial, fresco,
directo, elemental y eficaz, alejado de artificios literarios. Humor
e ironía en muchas de las páginas, algo de tristeza y grisura en
alguno de los finales, pero siempre una sonrisa de complicidad al
sentirme identificada con uno u otro aspecto de la vida de estas
mujeres, tan ficcionales como verosímiles, en uno u otro momento de
mi vida. Desde los iniciales “¿Y tanto misterio para esto?”, “¿Y
esto dicen que es maravilloso?”, “A ver si acaba pronto que ponga
la secadora”, hasta: “Dios, esto no lo puedo controlar”, “no
quiero pensar, solo sentir”.
Recuerdo con precisión casi
milimétrica (y han pasado ya casi trece años) el momento en que el
sexo se convirtió, para mí, de un mero convencionalismo (para el
que era necesario tener pareja, por supuesto) consistente en unos
repetitivos ejercicios mecánicos y epidérmicos, en un verdadero
placer. Preguntas acerca de dónde me gustaba
que me acariciaran, que cómo me gustaba que me lo hicieran, y otras
cosas para las que no tenía respuesta pues, hasta entonces, no me
las había tenido que plantear. Me recuerdo irritada porque yo no
quería pensar, solo sentir, pero también me acuerdo de cómo
aprendí, de los pasos que di, de la primera vez que sentí deseo.
Leer y sentir esta obra me ha abierto el baúl de la memoria, y ha
venido a recordarme que mi deseo y mi placer son míos, aunque me
guste compartirlos, y que ante nadie he de justificarme. Ahora lo sé.
Y deseo (y mucho). Y sé a qué se condena Canela, e imagino por qué
lo hace.
Una de las cosas que más aprecio desde que era niña es que me sorprendan (en positivo, entiéndase bien) y que me ilustren acerca de temas sobre los que no sé prácticamente nada (que son muchos, por lo que las posibilidades son infinitas). Si, además, puedo aunar sorpresa y aprendizaje con mi mayor vicio confesable, la lectura, el escenario es ya de lo más prometedor. Si encima colaboro en cierta medida con un proyecto solidario destinado a fomentar la lectura entre los sectores más vulnerables, ¿qué más puedo pedir?
Pues todo eso precisamente se conjuga cuando una pasea serena, con los ojos y la mente bien abiertos, por las páginas de La otra historia. Un libro para sorprenderse, una obra solidaria integrada por treinta y tres artículos de divulgación aportados, editados y distribuidos de manera completamente altruista por autores, editores y gestores, cuyos beneficios van dedicados íntegramente a repartir esa justicia social que tanto parece escasear en estos tiempos, concretamente a la compra de lectores de libros electrónicos para mantener los clubes de lectura inclusivos que impulsa la ONG Solidarios para el Desarrollo. Artículos escritos con solvencia por parte de treinta y tres figuras relacionadas de uno u otro modo con la cultura de nuestra región y que abarcan temáticas diversas desde un enfoque lúdico a veces, didáctico en su mayoría.
La obra se abre con un interesante texto sobre la enigmática historia de parafilia romántica de un (parece ser) conocido radiólogo alemán. A partir de ahí, se desgrana todo un abanico de anécdotas, acontecimientos, formas de ver la vida, biografías de personajes conocidos o no tanto, inventos o patentes, historia, literatura, música, geografía y otros tantos asuntos cuya relevancia radica no solamente en los objetos de estudio, sino también en las reflexiones que indefectiblemente surgen durante la lectura y, con toda probabilidad, en momentos posteriores a la misma. De todos ellos me queda la satisfacción de haber aprendido algo que no sabía (no es difícil, ya lo he dicho, pues cada día soy más devota del planteamiento cartesiano y solo sé que no sé nada), pero destacaría quizá la magnífica reflexión de José de Paco acerca de "Cine y revisionismo" (ay de los ofendiditos que buscan la ofensa con la descontextualización por bandera), el artículo titulado "De fronteras, medianeras y otros dominios" (José Antonio García Ayala me ha dejado, francamente, con la boca abierta por la información que aporta), el relato de cómo "García Lorca dibujó su muerte" (cuando sepan quién es el autor no tendrán ni que preguntarse por qué)... y paro el carro porque esto se está haciendo tremendamente largo.
Resumiendo, una oportunidad inmejorable para conjugar lectura, aprendizaje y justicia social, de la mano de Pedro Quílez, la Asociación Palin de Creadores y Ediciones Dokusou.
Es inevitable comenzar a
hablar de la última obra de Pascual García, Un hombre solo
(La Fea Burguesía, 2021) con los versos, íntegros, de “Pecado
original”, la pieza que, a modo de flecha lacerante, abre este
poemario de exquisita factura y esencia intimísima de un autor que
nos demuestra, ahora más que nunca, que literatura y vida son para
él una misma cosa. Un poemario lleno de dolor, de desgarro, de
recuerdos amargos, pero también de valentía, de resiliencia, de
lucidez y de la brisa limpia de la esperanza.
Pascual García estructura
los sesenta poemas que componen el volumen en tres partes simétricas
(de 20 poemas cada una, aunque quizá los de la primera parte sean
comparativamente más extensos que los dispuestos en las dos
posteriores) que marcarían tres ciclos diferentes en ese calendario
de soledades, penumbras y vacíos que nos presenta como una suerte de
diario de un hombre que recibe de repente el zarpazo de su soledad
sola al entrar en una casa extraña y debe encontrar el camino de
vuelta desde el infierno de las sombras hasta la paz que le otorgue
la luz.
El primer ciclo aparece bajo
el título de “Último anochecer de agosto”. Es la etapa más
cruel, más descarnada de su viaje. En ella, el profundo dolor que lo
atormenta sofoca cualquier sonido procedente del exterior, sumiéndolo
en un silencio feroz solo roto por las notas de Mozart de cuando en
cuando. “Le duele el tiempo que ya no suena”, “las horas han
perdido su música de siempre”, nos cuenta el poeta en “Diario de
un hombre solo” (p.20), y que “las voces que escucha/están en su
cabeza solo”. En el mismo poema, uno de los más representativos
del ciclo, nos confiesa también que la penumbra y la oscuridad le
ganan cada segundo la batalla a la luz: “y la luz se esfuma...”,
“come con la tristeza de la luz caída”. Nos habla de soledad, de
miedo, de destierro (“Nadie en el cuarto de al lado”, p.22). El
tiempo se torna obsesión, como muestran las continuas referencias
temporales a las horas, los días (sobre todo a “Los días
iguales”, p.36-37), el día o la noche, los meses y los años, las
estaciones: “son iguales las horas y los panes/las sábanas de
invierno y el otoño” (p.22). “Que no llegaba nunca”,
“Compañía”, “Desnudos pero ajenos”, “Un lecho de piedra”,
son los títulos de algunos de los poemas que contribuyen a crear y a
perpetuar la atmósfera sombría, cruel y dolorosa de este primer
ciclo, que se abre con “Pecado original” y nos entrega, quizá,
la cifra del sufrimiento del vate: la culpa. No es difícil
averiguarlo cuando se comprueba que el término “culpa” aparece
ni más ni menos que 20 veces a lo largo del poemario, seguido de
“condena” (14 veces), “castigo” (13 veces) y “error”(8
veces). Suerte que la palabra “perdón” aparece 8... Sin embargo,
me gustaría destacar también la honestidad y la valentía del poeta
en los versos iniciales de “El amor no pasa nunca” (p. 25):
“Tengo el amor de mi
mano derecha
porque el amor no pasa
nunca, dice
San Pablo, y en la mañana,
turgente
me saluda mi sexo
solitario
fiel a su cita con mi
mano...”
(Honesto, valiente y
grandioso, sí señor.)
La segunda etapa en su
almanaque de redención la marcan los poemas agrupados bajo el título
de “Mediodía en octubre”. Aquí encontramos ya a un hombre
distinto, doliente aún pero más consciente de sí mismo, gracias a
la reflexión y al diálogo constantes con el pasado, con el
presente, con el amor, y consigo mismo.
“Durante muchos días ha
pensado
el hombre en sí mismo, ha
discutido
con él y con los
espectros que fueron
sus fantasmas nocturnos,
pues estuvo
solo y habló en voz
alta...” (“Sumario”, p.65)
“Fracaso postergado”,
“El poder de las sombras”, “Viene el amor de la memoria”, o
“Brindis”, por seleccionar unos cuantos ejemplos, nos narran ya
un periodo donde el miedo (que también es débil) le va cediendo
paso a la esperanza y al consuelo, y la memoria muta de castigo
doloroso a refugio cálido. Porque “había aprendido a estar en
calma” (“Un año”, p.74-75) y que quizá toda la culpa no fuera
suya (“Absolución”, p.67) y, aunque experimenta aún breves
periodos de zozobra donde no percibe “nada salvo un tiempo vacío y
homicida” (“El buque fantasma”, p.69), ya no es un extraño en
su entorno (“Amanecer”, p.72-73) y ya le pertenece su casa en “La
calle de los hombres libres” (p.78).
El tercer ciclo en su
metamorfosis de hombre solo y triste en hombre solo y libre lo
conforman los poemas auspiciados bajo el epígrafe “Amanece en
diciembre”. Son estos versos ya más dulces, más cálidos,
testigos de la “Travesía” (p. 96-98) del poeta por los mares de
la resiliencia hasta alcanzar las costas de la “Salvación” (p.
94) en el mes de “Diciembre” (p.83-84). El hombre enfoca el
futuro, solo pero libre, con mirada sosegada, pues su proceso de
aprendizaje le ha valido estar ya “reconciliado con su destino y
con su vieja culpa” (“Redención”, p.106), ha alcanzado su
propio “perdón puro” y “ha cambiado el frío de las noches/
por las plazas pobladas de la vida” (“Su perdón puro”, p.85) y
se ha encontrado a sí mismo en su soledad:
“De repente el hombre
encontró su centro
visitó las estancias que
ignoraba,
se internó en novedosos
aposentos
y visitó lugares
apartados.
Fue en esos sitios otro
hombre, nuevo...” (“Otros días”, p.86)
El poeta y el hombre
celebran ya con más ahínco (en realidad nunca dejaron de hacerlo)
el amor y los placeres de la carne (“...pues el amor/ se da a manos
llenas y no lo para/ nada, no es una quimera ni vuelve/ su rostro
dulce a la carne gozosa”, nos dice en “A manos llenas”,
p.91-92). El poemario no podía terminar mejor, y el broche final es
del todo amable y optimista, pues el volumen inicia en el silencio
más descarnado y acaba con la esperanza del poeta mientras “Silba
una canción” (p.113): “es casi primavera y amanece/ y no va solo
porque lleva siempre consigo/ una palabra amable y misteriosa”.
Honestamente, todo un alivio
para el lector que acabe así, ya que durante la primera parte hemos
sufrido junto a Pascual García versos que duelen y desarman (“se
sienta solo/ en su sofá de nadie”, p.20; “y estaba el café
amargo y las tostadas/ sabían a carbón y a noche”, p.28;
“mientras naufraga en un lecho de piedra/ vasto como la mar y
solitario”, p.40) y que el poeta crea sin usar más palabras que
las necesarias. Una verdadera joya de poemario donde el tiempo, la
culpa, el silencio, la luz y la ausencia de ella son los
protagonistas, junto a nuestro estimado autor.
Y para acabar esta entrada tan larga, os dejo uno de los poemas que más ... (a vuestra imaginación lo dejo). Si lo véis desde la versión sencilla para móvil, probablemente no aparezca el vídeo; por eso, aquí os dejo el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=MRY7ChNMTOQ
... siempre un libro me ha hecho compañía, me ha quitado el sueño, me ha devuelto el sueño, me ha ocupado las horas de ocio, de la desgana, de la espera y de la soledad.
Ese secreto a voces nos confiesa Pascual García en "Leer", la suerte de introducción que hace a su obra Algunos libros que leí despacio. En el prólogo de la misma, el catedrático Francisco Javier Díez de Revenga afirma que "para escribir un libro como este hay que estar dotado de una gran capacidad para saber transmitir la emoción ante la obra literaria, y hay que disponer de un estilo personal, de un idioma propio, claro y preciso, a la hora de escribir lo que estas impresiones han supuesto para el autor". Queda claro que a Pascual García le sobra el talento para transmitir su pasión por la literatura, y que su idioma particular se articula en torno a una combinación de aciertos que resultan, por un lado, en la nitidez y en la asequibilidad y, por otro, en la belleza y en la brillantez más irrefutables.
Pluma de primera independientemente del género en el que se muestre, y lector avezado, sensible e inteligentísimo, Pascual García nos ofrece en Algunos libros que leí despacio 67 textos críticos en los que analiza de forma rigurosa, precisa y didáctica algunas de las obras que han enriquecido su universo literario. Nos regala, y digo bien, nos regala, porque no hay precio que pueda pagarlo, el privilegio de asomarnos con sus ojos a esas 67 ventanas cuyas vistas conforman el paisaje literario del que se ha nutrido como escritor y como persona. Su catálogo es amplio y variado en género, y contempla autores internacionales como Ismail Kadaré, Vargas Llosa o Benedetti, escritores nacionales de la talla de Muñoz Molina, y literatos de nuestra región de distinta proyección en el ámbito de las letras. Dionisia García, Aurora Saura, su estimado Pedro García Montalvo, Antonio Marín Albalate... y muchos otros nombres componen su particular lista de lecturas apreciadas. Comentar los que más poso me han dejado haría esta entrada interminable, pero no puedo sustraerme de mencionar los dos ventanales luminosos en los que nos ilustra con sus soberbias impresiones sobre Las grietas del infierno y Anillo de Moebius, de Rubén Castillo (es mi debilidad, lo sé, y no pienso disculparme por ello) del que afirma: "es un escritor poderoso, dueño de un mundo narrativo propio, donde la palabra cobra una importancia y una dimensión inusuales...". Ay, esos insólitos momentos donde el placer aparece por partida doble.
Además de deleitarnos con la palabra de Pascual y ampliar nuestros horizontes como lectores, Algunos libros que leí despacio nos ofrece la singular oportunidad de aventurarnos y sacar conclusiones acerca de los aspectos que más motivan a nuestro valioso Pascual. Su afición a la poesía y al verbo lírico no será a estas alturas ninguna sorpresa. A esto podríamos sumar su gusto por lo universal, por lo que huye del terruño, por la reflexión serena y sin aspavientos, por la dialéctica que se establece entre lo novedoso y lo clásico, entre lo elegíaco y lo celebratorio. Su interés por asuntos tan trascendentales como la fugacidad del tiempo y el paraíso perdido de la memoria. Pero, por encima de todo y si no ando muy errada, a Pascual le apasiona que le cuenten el mundo tal como es, sin edulcorarlo ni soslayar las tinieblas, por lo que valora enormemente la honestidad, la verdad literaria.
Sus letras también merecen ser leídas despacio, a sorbitos, ser paladeadas y gozadas con el mayor de los deleites.